Cómo David Bowie convirtió su muerte en su último regalo al mundo
De cómo David Bowie convirtió su muerte en su último regalo al mundo.
David Robert Jones nació el mismo día y a la misma hora a la que moría Aleister Crowley (uno de los mayores idéologos del siglo XX, para quien no haya hecho los deberes) y a apenas unos kilómetros de diferencia. Un hecho que, sin duda, no debió pasar desapercibido en su educación y formación como ser humano (ojalá fuese ése el término que mejor le quedaba y el ser humano pudiese ser representado por el ejemplo de perfeccionamiento exigente y evolución que suponía Bowie y no por el amasijo de mediocridad autocomplaciente y temerosa que cada semana pone, por ejemplo, Telecinco en su casa y los 40 en su coche, mientras se repite para sí mismo que está bien así, que está bien) y que marcaría su música desde sus primeros singles.
Mira cómo Dave Navarro y Taylor Hawkins hacen una versión de David Bowie en su primer concierto
La hija de David Bowie comparte imágenes de ellos tocando juntos el teclado en el aniversario de su muerte
Porque algo en la música de David Bowie estaba jodido, estaba ricamente jodido y te hacía sentir unos escalofríos en la base de la columna diferentes a cualquier otra cosa que hubieses experimentado antes. Unos escalofríos propios de estar frente a una criatura superior en la escala evolutiva que no te transmitían ni siquiera genios como John Lennon o James Brown. Había algo más, una intención punzante y retorcida, como un taladro, que quería romper cada disco, cada pantalla de televisión para llegarte al cerebro y hacerte daño. Un latigazo en el culo que te sacase del amodorramiento del rebaño.
Efectivamente, el 'todo hombre y mujer es una estrella' de Sir Aleister Crowley (al que citaría directamente en aquella obra maestra que es 'Quicksand').
Hay un momento que aún hoy me deja helado y es su interpretación de 'Starman' en el Top of the Pops de la BBC. La cosa empieza genial, con él y ese genio encubierto de Mick Ronson en unos chándales de neón y con pendientes de rabos de conejos y yo qué sé más. Al momento, el plano se abre y retro-descubres la realidad del momento, es 1969 y el público más moderno son ye-yés de pelo a la taza y jerseys a lo Epi y Blas. Y ahí está el tío, cambiando el mundo para siempre en plataformas de puta barata. Pero hay que esperar unos minutos para llegar a ese momento en el que David Bowie decide señalar a la cámara y con la sonrisa del mismísimo Lucifer, apuntar insistentemente al espectador en su casa, un movimiento que apenas es capaz de seguir el realizador de la época, porque, joder, es 1969 y esas cosas aún no existen.
Ese inglés jovencito, de repente, no es solo más consciente de lo que su música y presencia suponen, sino de los recursos técnicos y posibilidades de la grabación que está protagonizando, por delante incluso del propio especialista audiovisual (uno de los mejores del mundo y que haría historia, por otro lado).
El velo se abría y al demonio se le veían las patas de macho cabrío, el mundo no iba a ser igual después de aquella presencia dedicada y destinada a penetrarte la cabeza.
Y así siguió, el buen caballero, sin miedo a nada. Sin miedo a cambiar las plataformas por el traje y la corbata con tal de demostrarte que la verdadera provocación no necesitaba siquiera de estrafalarios trajes, que la ruptura podía llegar de la mano de un 'everyday regular guy' (algo que nunca podría ser y que acabaría pareciendo un disfraz aún más antinatural, por otro lado), la presencia inquietante del lobo con piel de oveja y todo eso.
Cuando hace un par de años volvió de su retiro con esa obra maestra que fue 'The Next Day', muchos nos temimos lo peor, que fuera su despedida. Y, en efecto, ahora sabemos que lo era. Tampoco es que fuéramos unos genios, bastaba con ver el vídeo de 'Where are we now?', con David Bowie agotado en su estudio, rodeado de piezas de videoclips de los últimos 40 años y llenando el aire de referencias a Berlin, New York y Londres, las tres ciudades que lo vieron reinar.
El idiota que soy pensaba que aquello sería su último disco, que no habría más, punto y final, caput. Qué idiota. Con una muerte programada en su cabeza, David Bowie necesitaba una última cosa para ser el artista más rompedor que haya pisado (y que probablemente pise) la tierra. Hacer un disco sobre su muerte y lanzarlo a la vez que él se lanzaba a la nada.
Si 'Blackstar' es la firma final en el contrato que le ataba a la vida y la reivindicación de su fé en el satanismo bien entendido de Crowley, 'Lazarus' es su canción sobre el momento de su muerte. No su despedida, no nos equivoquemos, SU MUERTE.
Look up here, I'm in heaven
I've got scars that can't be seen
I've got drama, can't be stolen
Everybody knows me now
...
Oh, I'll be free
Just like that bluebird
Oh, I'll be free
Ain't that just like me?
Él será libre, sí, como ese pájaro azul. ¿Sabéis que significa eso aparentemente aleatorio de 'pájaro azul'?
Por un lado, fue el nombre clave de un programa de control mental de la CIA de los años 50 y por otro, en algunas culturas primitivas el pájaro azul representa el espíritu liberador, el que trae la paz interior a la vez que personifica al sol que se alza. ¿Os suena de algo?
Y, al final del vídeo, el viejo esqueleto vuelve al armario, como en la historia del viejo Jimmy.
El artista más rompedor del último siglo y pico ha muerto esta noche, dejándonos una última obra maestra sobre para lo que él supone la muerte, no escribiendo sobre la muerte desde su mac tirado en el sofá, ni desde un escritorio alumbrado con una vela, pensando a quién se va a tirar ese fin de semana, sino de SU MUERTE, ahí, a su lado, tan presente en el disco como el propio artista.
David Bowie no se limitó a ser un cantante, músico o artista, fue un guía con talento, esos guías que te iluminan senderos que no conocías y te sujetan para que no te caigas por el abismo. Una leyenda a la que conviene desglosar tomando cierta distancia de autodefensa, para que los ojos no duelan demasiado por mirar al sol directamente.
Si cuando llegue el momento, mi vida tiene un contador inverso, no tengo dudas de que dedicaré un rato a escuchar 'Blackstar', porque el crononauta lisérgico que me ha enseñado a concebir el arte y mi capacidad para expresarme desde que con 8 años lo viese en TVE1 interpretando 'Life on Mars', ya estuvo ahí y tiene un puño lleno de verdades.
Porque David Bowie es mi pastor y con él nada me falta. Y no, este artículo está lejos de pretender ser agudo, superfluo o sarcástico, si no te has dado cuenta es que quizás deberías escuchar más a David Robert Jones, pensar en todo lo que está mal en lo que nos rodea y estar atento a quien ha nacido hoy en las cercanías.