Crítica de Dunkirk, el hundir la flota de Christopher Nolan
Christopher Nolan es un director extraordinario. Tiene un talento natural para narrar a lo grande cualquier tipo de historia, y tras la excepcional Interstellar, una película que se movía gustosamente entre el terreno del Spielberg más familiar y el porno duro de la ciencia ficción, necesitaba ampliar las miras.
Qué mejor manera de hacerlo que con la maldita guerra. Ya hemos visto su película y esta es nuestra crítica de Dunkirk, el hundir la flota de Christopher Nolan.
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Para recrear la evacuación de Dunkerque (Francia), durante la II Guerra Mundial, Nolan ha tirado la casa por la ventana con miles de extras, efectos tradicionales, reconstrucciones de navíos y un rodaje en 65mm que apabullan al espectador cuando se combinan esos elementos con la salvaje mezcla de sonido.
Ante eso, posiblemente solo podamos admirar el mejor y más fino trabajo bélico que hemos visto en muchos años. ¿En nuestra vida? Puede que también, por qué no.
Por si eso fuera poco, la música de Hans Zimmer alcanza nuevas cotas de majestuosidad y presenta uno de los mejores trabajos de su carrera (atención a Supermarine, ocho minutos de crescendo insoportable) y la fotografía de Hoyte Van Hoytema es un paso más en una carrera meteórica.
Algo que realmente sorprende de primeras es la duración de la película: una cinta bélica, en formato ancho, con los valores de la época dorada de Hollywood… ¿no llega a las dos horas? Podría tener una explicación: la fragmentación de la narración, uno de los trucos más habituales en el cine del británico, juega a favor de obra, pero la obra es corta porque, en realidad, pese a la aparatosidad del asunto, no pasan demasiadas cosas en Dunkerque.
Nolan se apunta el guión de la película en solitario, tanto que no se apuntaba desde la mucho más ligera (y rimbombante) Origen (Inception), y ahí es donde se demuestra lo que es su historia de hazañas bélicas (reales): un niño rico jugando con la colección de aviones de combate de la Segunda Guerra Mundial.
La evacuación desde las costas francesas se llevó a cabo en todo tipo de embarcaciones inglesas que fueron a rescatar a sus compatriotas: pescadores, padres de militares fallecidos, gente que no tenía nada que hacer… un triunfo del espíritu humano y la superación que se ven recompensados en un par de planos, como casi todos los que ofrece el director, perfectamente compuestos.
Puede que el punto negativo de la película sea el de los personajes, aunque también tiene sentido que sean anónimos. Los héroes, los cobardes, los que arriesgan, todos ellos son un simple ser humano en medio de la mayor de las pesadillas que un hombre pueda vivir. El problema está en que, por momentos (de nuevo esa edición de saltos), salvo el bueno de Tom Hardy en su avión de combate, no tenemos ni idea de quién es quién, ya que los cortes de pelo de todos los personajes son idénticos. Y su color de pelo. Y sus caras. Ay, la guerra.
Pensada para ser disfrutada en una sala IMAX y con el mejor sonido posible, Dunkerque se queda algo coja, demasiado estática, apenas hay movimiento en la película, detalle que juega a favor de obra cuando hablamos de una historia que consiste en esperar, pero que narrativamente luce extraña, combinando los cielos en guerra como nunca antes hemos visto, gente esperando en la playa y gente con problemas en algún bote de rescate.
Quedan, desde luego, secuencias majestuosas, como el primer ataque de la película, a pie de calle y con fuego amigo, y el primero de los bombardeos, con el soldado cuerpo a tierra esperando a que dejen de volar en pedazos a los que tiene al lado. Esa frialdad, esa ausencia de emoción, nubla un poco las virtudes de la película, porque por momentos parece que estemos haciendo un zapping en un canal de películas de guerra.
No es la mejor película de Nolan, ni tampoco sé si esa película ya existe, pero es una fabulosa carta de presentación para llevar a tu padre o a tu suegro a conocer la sala IMAX que tengas más cerca.