Crítica de La forma del agua, la revancha de Guillermo del Toro
Guillermo del Toro se ha encontrado, casi sin esperarlo, con el primer gran éxito de su carrera: La forma del agua es la primera película del mexicano que logra recaudar su presupuesto o más en la taquilla nacional. Eso es el principal motivo de celebración: con 13 nominaciones a los Oscar y arrasando en todas las entregas de premios de los últimos meses, Guillermo del Toro consigue su venganza tras una serie de fracasos personales a la hora de intentar levantar su tercer Hellboy, dominar la taquilla con Pacific Rim o participar en la saga de El Hobbit.
El universo del director sale disparado y llena de luz (verdosa) y color (turquesa) una fábula ambientada en los fríos años sesenta, con el telón de acero y la infinita crueldad del ser humano como localización genuina. Elisa (extraordinaria Sally Hawkins), es una joven muda que trabaja en el mantenimiento de un laboratorio, donde se encontrará con un extraño personaje (Doug Jones) recluido por la fuerza. A partir de ese encuentro entre dos bichos raros, comenzará una carrera a contrarreloj contra el tiempo, el contraespionaje y uno de los villanos más horrendos de los últimos años, el siempre eficiente (y muy cabrón) Michael Shannon, en forma de huida desesperada de un mundo que no está hecho para gente con corazón.
Guillermo del Toro elogia 'Avatar: La forma del agua' como "un logro asombroso"
Trailer de 'La Forma del Agua', la nueva película de Guillermo del Toro
La forma del agua es un torbellino de emociones y pasión cinéfila de primera, pero también un catálogo de situaciones de guión y resoluciones gratuitas que se rigen única y exclusivamente por decisiones artísticas.
En La forma del agua hay un sinfín de denuncias, homenajes, incluso es posible que algún plagio (ya son varias las llamadas de atención al respecto), pero la película funciona como un tiro gracias al buen hacer de su director, uno de los tipos que mejor sabe narrar una fábula a través del cine, algo que demostró con creces en las prestigiosas El laberinto del fauno o El espinazo del diablo, películas donde tuvo que refugiarse en la Guerra Civil Española para encontrar el cariño de crítica y público.
Pero las leyendas no se forjan en los pequeños mercados ni en la gala de los Goya, así que han tenido que llegar los premios prestigiosos reales para mover a las masas al cine.
Volviendo a la estupenda La forma del agua, el esperado “remake” (pero no) de La mujer y el monstruo de Jack Arnold, es visualmente arrebatadora, sobre todo cuando se aleja de Amelie, a la que evoca en sus primeros
Para lograr encajar todas las piezas y ordenar el puzzle pasional que tiene en las entrañas el director mexicano, Del Toro estira y retuerce la trama para conseguir encajar todas esas piezas y referencias que necesita para denunciar, rescatar, premiar y redescubrir todo su mundo interior, siempre lleno de monstruos y, por esta vez, sin molestas hadas voladoras. Bien por él.
Al final, recuperados del atropello emocional y del empacho referencial, no nos queda más que aplaudir, pero siempre con la sensación de sospecha y con la desconfianza habitual del cine que rueda este fenómeno cuando no está supervisado por algún tiburón de estudio. A veces las cortapisas son necesarias, aunque tenga planos tan portentosos como el del interior de la sala de cine. El cine de Guillermo del Toro es un ejemplo perfecto de autoría que necesita supervisión, porque no siempre más es más, y a la secuencia en blanco y negro de La forma del agua me remito. Según las decisiones que tome, el cine fantástico puede ser más o menos creíble. Y salir de una historia como esta por culpa de un adorno es un error imperdonable.