Crítica de Liga de la Justicia, los aburridos Vengadores de DC
Liga de la Justicia no salvará a DC.
Mira que era fácil. Después de Escuadrón Suicida, un desastre se mire como se mire, lo único que había que hacer era seguir los pasos de los talones tersos de Wonder Woman, pero no, claro, dos películas del Universo DC interesantes y consecutivas era mucho pedir.
Liga de la Justicia vs. Vengadores
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Nadie debería sorprenderse por un resultado irregular cuando estamos hablando de una superproducción llena de tomas adicionales, con directores que por desgracias personales deben salir del rodaje o actores con pocas ganas de participar. Por desgracia, Liga de la Justicia refleja todo eso sobradamente.
Las dos horas de película se dividen entre pre-liga, juntando al equipo, y liga trabajando en equipo. Bueno, más o menos. Durante sus primeros cincuenta minutos asistimos incrédulos a una sucesión de secuencias diseñadas con el mínimo esfuerzo y carentes de emoción, como si Cyborg se hubiera apoderado de la película y solo viéramos a un robot hecho película cumpliendo órdenes. Liga de la Justicia carece de muchas cosas, pero la principal ausencia es la de alma.
A partir de aquí vamos con SPOILERS MUY GORDOS (Doble click para leer)
Afortunadamente, a mitad de película aparece el personaje que tenía que aparecer. No, no es Green Lantern, es Superman. Sí, Superman sale en pantalla mucho más de lo que pensábamos, y lo hace gracias a la lógica de una película en la que todo vale, así que puestos a tirar la casa por la ventana en un salto suicida, resucitemos al hombre. Respecto a lo de Green Lantern, bueno, algo hay y además mucho nos tememos que servirá como punto de partida para la nueva historia de los verdes, pero eso es para más adelante. Vamos a seguir.
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Una vez comentado lo prohibido, es especialmente molesto recordar la extrema frialdad de la película. Una frialdad que empieza desde los mismos créditos, donde el Everybody Knows de Sigrid no ayuda demasiado a la hora de encoger el corazón del espectador, que habría entrado en situación con una buena partitura sin necesidad de una canción que parece salida de los descartes de las canciones principales de James Bond. Las mecánicas repetitivas se suceden hasta que aparece el mejor personaje de la función. Y es el que te esperabas: estoy hablando de Barry Allen, The Flash.
El personaje que compone Ezra Miller, la gran revelación de aquella obra maestra que era Tenemos que hablar de Kevin, regala un personaje lleno de lugares comunes y tópicos, pero con mucho encanto. Será el poder, será que se siente seguro o será que es el único miembro del reparto que parece disfrutar de lo que está haciendo, pero está claro que Flash salva la función. Tampoco lo tenía muy complicado, porque ni el villano ni su plan de amontonar cajas o sus demonios tienen el más mínimo magnetismo.
El resto del reparto hace lo que puede: charla de sus cosas en una interminable sucesión de secuencias de reuniones en un montón de habitaciones habilitadas para ellos, Wonder Woman pone caritas que serán carne de gif y, afortunadamente, hay un par de buenos chistes que aligeran las tensiones. Como dice Batman, algo está sangrando debajo del traje. Ni Aquaman ni Cyborg pueden brillar porque apenas hay tiempo, y si no que se lo digan a Gordon o a la señorita Lane.
El resultado final no es una revolución, como necesitaba ser, pero tampoco el desastre del siglo, como cabía esperar. El perfecto vacío que hay entre ambos extremos es Justice League.