La obsesión por los carteles de Addison en Lágrimas del Reino es demasiado real

¿Qué pasa con Addison? Ya sabes, el chico de los carteles... seguro que ya lo conoces. Es un tipo larguirucho, con cabeza de alfiler y un estúpido corte de tazón, que suda para sostener un cartel publicitario. Probablemente lo viste por primera vez en las Ruinas de la Ciudad del Castillo de Hyrule, pero vayas donde vayas en Hyrule, Addison llegó primero. Está embarcado en su propia búsqueda épica, solo que en el caso de Addison, no se trata de salvar a la princesa, sino de hacerle la pelota a su jefe.

El jefe de Addison es Hudson, presidente de Construcciones Hudson.

Addison es uno de mis personajes favoritos, por varias razones. Es absurdo y divertido, y sirve de pretexto para algunos rompecabezas de física sencillos y divertidos. Si suelta el cartel, se caerá, así que Link tiene que apuntalarlo con un conjunto de Ultrahand pegadas antes de que Addison pueda atarlo en su sitio. Cada cartel tiene una forma distinta, lo que supone un desafío diferente, pero también sirve como pista para resolverlo. Los puzles son pequeños y encantadores limpiadores de paladar que interrumpen los viajes de Link, sin llegar a ser tan elaborados o complicados como ayudar a un Korok perdido a volver con su amigo.

Addison también es refrescante en otro sentido. Es un recordatorio de que los juegos de Zelda, por muy fantásticos y ornamentados mecánicamente que sean, también tratan de la vida real.

La serie Zelda ha sido durante mucho tiempo el principal medio de Nintendo para decir algo sobre el mundo en que vivimos. El ejemplo más famoso es Zelda, cuyo centro es toda una telenovela de relojería. Pero piensa en cualquier pueblo de Zelda y encontrarás ejemplos memorables de los celos mezquinos, los sueños tristes y las peculiaridades de sus habitantes. ¿Recuerdas al engreído Groose? ¿O a Ingo, el aburrido empleado del rancho Lon Lon, que vende a su vago jefe Talon a Ganondorf? La serie está salpicada de docenas de estos pequeños dramas que se burlan de las vanidades humanas cotidianas.

Addison y sus carteles son un ejemplo clásico de la sátira de bolsillo de Zelda. Es un trabajador demasiado ansioso y desventurado, explotado por la arrogancia de su jefe. La imagen de su esfuerzo por sostener el enorme y desequilibrado cartel no podría ser más aguda. Hudson no puede hacer una buena obra sin utilizarla como vehículo de autopromoción -hay que pensar que tiene ambiciones políticas-, pero Addison, tan desesperado por agradar, comparte parte de la culpa de su propia humillación. Seguramente se trata de una alusión a la aduladora cultura laboral japonesa, pero cualquiera puede sentirse identificado.

Es una pequeña viñeta ácida, perfectamente reforzada por la jugabilidad del rompecabezas. Los artilugios que se te ocurren para apuntalar el cartel son invariablemente enormes, derrochadores y elaborados; el arreglo final de Addison, por su parte, es chapucero y parece que no durará ni dos minutos. Los dos dan un paso atrás y admiran su obra: todo ese esfuerzo de ingeniería excesiva en nombre de nada más que la vanidad corporativa. Luego, a por el siguiente. En Hyrule, el mundo se ha acabado, se ha abierto un abismo y el cielo está literalmente cayendo, pero la vida y el trabajo continúan.

Categorías:

¿Te gusta? ¡Puntúalo!

13 votos

Noticias relacionadas