Crónica del concierto de The Cure en Madrid: el mejor concierto del peor año
Crónica del concierto de The Cure en Madrid, cuando el bosque no te deja ver al árbol.
Llueve fuera del antiguo Palacio de Deportes de Madrid y dentro llueven notas escupidas el bajo de Simon Gallup y truena en la lejanía la voz de Robert Smith, prometiéndote una vez más que no habrá refugio en esta tormenta, porque la tormenta en sí es el mejor refugio que vas a encontrar en tu vida.
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Al fin y al cabo, nadie ha sabido captar musicalmente la belleza de la lluvia como The Cure (y probablemente no pase, dado el sendero de cosificación, sexualización y superficialidad artística que entre todos hemos decidido tomar para el siglo XXI), con el romanticismo, la honestidad, la delicadeza y la introspección que ésta requiere. Todos tenemos derecho a estar tristes, a echar de menos cosas que nunca hemos vivido y a sentirnos encogidos ante lo árido, lo tosco, lo vulgar y lo cruel del día a día. Y justo eso, ese sentimiento de añorar no sabes muy bien qué, es lo que la convierte en una de las 5 bandas más trascendentes del cada vez más añorado siglo XX (qué sorpresa).
Y no os equivoquéis, no hay lugar a dudas, lo es.
Musicalmente.
Si por un lado, con permiso de Joy Division, The Smiths y su queridísima Siouxsie, fueron la indiscutible bandera del reivindicadísimo Post-punk, su influencia va más allá, como (a su vez) creadores del concepto de Dark Wave (incluyendo tonteos con la electrónica que alzarían a gente como Depeche Mode o Suicide) y padres bien orgullosos de la generación posterior que conformaban Jesus & Mary Chain o My Bloody Valentine y que acabaríamos etiquetando como comienzos de un Shoegaze cuyas vastas raíces darían forma al Punk-grunge depresivo de, por ejemplo, Nirvana. Sin contar que son reconocidos como máximas influencias de bandas como Muse, Interpol, Placebo o Jimmy Eat World (que a su vez abrirían las puertas el emo). Es decir, una influencia de la hostia en verso que conformó las últimas décadas del siglo XX y que podría mirar a los ojos a la de David Bowie o Jimmy Hendrix y por encima del hombro a la de idolatradísimas bandas como The Rolling Stones, The Doors o Queen. A la parejita incluso se le atribuye la creación de más de media docena de recursos y técnicas musicales de ésas que ahora utiliza todo Cristo.
Visual y artísticamente.
Y aquí es cuando la cosa se empieza a poner loca. Si podemos designar a Tim Burton como una de las mayores influencias en el cine contemporáneo y a Neil Gaiman como su equivalente en los comics, no tenemos que andar mucho en sus sombras para encontrarles probándose la ropa de ese chico tímido de un pueblo de Crawley como el que se pone la ropa de su madre (juas). Pero, ojo, que ahora viene lo gordo, porque cualquier persona que haya vivido en este planeta los últimos 25 años te hablará de los emos como una de las 3-4 principales tribus urbanas en cada ciudad con un mínimo de desarrollo y de población, ¿y sabes quién inventó ese estilo? Exacto. O si, por ejemplo, piensas un momento en la explotadísima movida madrileña de los 80, te resultará sencillo darte cuenta que Carlos Berlanga, Alaska o los chicos de Parálisis Permanente ya se cardaban el pelo para parecerse a alguien gordito y con hoyuelos.
¿Sigues pensando que exageramos al hablar de la importancia de Robert Smith y The Cure?
Hablamos de una influencia tan absoluta y multidisciplinar que cuesta entender en toda su magnitud. Si a veces los árboles nos impiden ver el bosque, en este caso es justo al contrario, ya que el bosque que fue creciendo a su alrededor nos impide verlos como ese majestuoso árbol de cuyos frutos saldrían aquellas semillas. Quizás no sea casualidad que la canción favorita del que escribe sea, al fin y al cabo, 'A Forest'.
Su concierto en Madrid de ayer, tras nueve años de espera y sin ningún disco nuevo bajo el brazo (ay, '4:14 Scream') es una excusa para reivindicar su figura. Una excusa gloriosa, eso sí, porque otro de sus puntos fuertes es (quizás también la razón por la que no los tenemos aún más presentes) su honestidad, humildad y timidez, ya que el día en el que Smith y Gallup no puedan dar un concierto de tres horas a pleno rendimiento, no lo darán. Igual que no me cabe duda de que el día en el que Robert Smith no se emocione al ver emocionarse al público en algún momento del show, sin créerselo aún tras tantos años, tantos conciertos y tantos coliseos, dejará el negocio y se quedará a ver envejecer a sus ovejas en su pequeño Crawley.
El concierto en sí, con uno de los mejores sonidos que recordamos (enhorabuena a todos los técnicos y promotores), fue todo lo que podéis imaginar, una sobredosis de emociones y un recorrido guiado por una trayectoria artística que habla por sí sola de lo que es la banda. 'Pictures Of You', 'Just Like Heaven', 'Lovesong' (¿conocéis la historia detrás de esta canción?) tienen tanta magia incrustada que son capaces de abrir portales al Idea-espacio tan grandes como para transportar a miles de personas a la vez. Pero ya cuando llegan 'A Forest' ( ;) ) o 'One Hundred Years' las magnitudes se vuelven monstruosas y te sobrecoges (y encoges) sabiendo que estás ante algo majestuoso difícil de asumir y abarcar. Y usar el tercer y último bis como traca final con sus "radio hits" más reconocibles con 'Boys Don't Cry', 'Close To Me', 'Lullaby', 'Friday I'm Love' o 'Why Can't I Be You?' a modo de fuegos artificiales también resultó ser una gran idea.
¿Que si se echaron en falta 'Plainsong', 'The Figurehead', 'A Letter To Elise', 'Lovecats' o 'The End Of The World'? Pues claro, como que otra hora más hubiese sido la oscura gloria bendita. Pero añorar y quedarse con ganas de más es lo más The Cure que hay y como tal se asumen como parte del juego.
Este año del señor ... (ponga ahí cada uno lo que considere oportuno) de 2016 está siendo artísticamente muy duro, se nos han desvanecido David Bowie, Prince, Leonard Cohen, Sharon Jones o Leon Russell y han vencido Donald Trump, Zoido o Malú. Lo que hace tan importante que sucedan cosas en nuestras vidas como lo que sucedió anoche en el concierto de The Cure en Madrid.
¿El concierto del año? Sin duda. Y si en un año como éste alguien podía conseguirlo, esos eran Robert Smith y Simon Gallup. Amigos, quedaos con nosotros durante cien años o más, hasta el fin del mundo, contemplando cómo llueve sobre el bosque que ayudasteis a plantar, justo como si fuese ese cielo eterno de honestidad y sencillez que debería caracterizar a todo arte y cultura.
Sí, lo sé, todo muy positivo hoy (y de manera muy intencionada), que tanto asco, tanto deconstruir y tanto recrearse en los aspectos negativos de cualquier iniciativa, está dejando el tablero muy a disposición de los malos y de sus legiones de fieles seguidores sin criterio. E igual que tenemos derecho a estar tristes, lo mismo si por un ratito asumimos el derecho a creer en algo tan bonito como el concierto de anoche, lo mismo empezamos a echar menos de menos al siglo XX.